«Querer» no es una serie fácil. Hay tantos matices, tantas miradas y recursos narrativos, tanto que se cuenta y se intuye, tantos gestos que pueden pasar desapercibidos en un primer visionado, que es muy probable que se escapen algunos de los mensajes que busca transmitir.
La miniserie creada por Alauda Ruiz de Azúa (que se dio a conocer al gran público por la película «Cinco lobitos»), Eduard Sola y Júlia de Paz, es un un retrato familiar, como el de su cartel, en el que todo estalla por los aires desde el primer minuto. Y al hacerlo, sus piezas quedan disueltas, imposibles de volver a unir para darles un significado relacionado con lo que antes eran.
Todo sucede cuando, tras 30 años de matrimonio y dos hijos en común, Miren (Nagore Aranburu) abandona el domicilio conyugal y denuncia a su marido por violación continuada. Esta grave acusación obliga a los hijos a elegir entre creer a su madre o apoyar a un padre (Pedro Casablanc) que defiende su inocencia.
A partir de ahí, entramos en cuatro bloques de verdades enfrentadas: «Querer», «Mentir», «Juzgar» y «Perder», que es como se llaman los cuatro capítulos y que son los que nos llevan de la mano por esos matices de los personajes y, sobre todo, por el infierno que, poco a poco, vamos conociendo. Lo hacemos no solo por boca de Miren, sino también cuando su marido lo niega todo o cuando los hijos navegan entre la incredulidad y el horror.

Porque la miniserie casi nos pone en el lugar de los dos hijos: no muestra en ningún momento la continua violencia sexual, maltrato psicológico ni las continuas imposiciones y dictadura económica a las que se ve sometida Miren durante tres décadas. Pero la creemos. Porque al final, sus creadores nos dan una pequeña pista, a través del maltratador y de la actitud final de uno de sus hijos. Y con eso basta.
Por eso «Querer» es tan importante en el panorama de las ficciones creadas sobre la violencia machista. Por poner sobre la mesa un maltrato sutil, continuado, terrorífico, impuesto como si fuera una normalidad doméstica que Miren «se merece» y que mina su moral y su energía.
También deja en el aire una gran pregunta. ¿En qué momento Miren decide denunciar? ¿Cuál es la espita que hace explotar la brutalidad a la que ha estado sometida durante años? La respuesta también está entre las costuras de la serie, sobre todo en el proceso judicial.
Hay otro dato relevante. La violencia de género no entiende de clases. Al igual que en «Ángela», de la que hablamos recientemente, ahonda de manera muy profunda en el sometimiento económico. Es un factor clave, indispensable para entender lo que Miren sufre durante años. Y los hijos, sobre todo los dos hijos y sus vidas. Porque el amor maternofilial también ayuda a «querer» o «no querer». A resistir, y finalmente, a luchar.








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