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Las «Leonas» de la pintora Antonia de Pastor, un icono de lucha y feminismo

Una pasión no se abandona. Se puede pausar, pero vuelve a renacer con el paso del tiempo. Esa ha sido la experiencia de Antonia de Pastor, una de las artistas contemporáneas españolas más aclamadas en los últimos años, que rescató sus sueños tras triunfar primero en la industria del calzado.

Su vida es un reflejo de lucha y empoderamiento. Nacida en Elche en 1950, Antonia de Pastor sintió desde muy joven una profunda vocación por el arte y la decoración. No era una época fácil para destacar siendo mujer y sus padres no le permitieron estudiar en Valencia, donde se impartía la carrera de bellas artes.

No obstante, su padre vio en ella un espíritu emprendedor y la animó a trabajar en la fábrica de zapatillas familiar. Con el tiempo, Antonia diseñó una innovadora línea de zapatos e intentó comercializarla por toda España. Aunque en un principio nadie se atrevió a apostar por sus diseños, novedosos y muy modernos, ella no se rindió.

Decidió que serían sus propios establecimientos los que los venderían y abrió su primera tienda en Elche, combinando sus creaciones con marcas de prestigio. Así nació Cuplé, una firma de calzado que hoy es una marca reconocida y valorada que tiene presencia en distintos países del mundo.

Su carrera en el ámbito empresarial creció y se consolidó en una época en la que el mundo de los negocios estaba dominado exclusivamente por hombres.

El regreso de su pasión

Pero, ¿qué pasó con esa primera vocación artística? Durante varios años, asistió a la Escuela de Pintura del Hort del Xocolater en Elche. Pero entre los desafíos empresariales, la familia y la vida, la pintura quedó en un segundo plano. Hasta que llegó la pandemia y recibió un regalo muy especial de su hija: un paquete con lienzos y pinceles acompañado de una nota que decía: «Es hora de que retomes la pintura».

Ni se lo pensó. Tenía ya 70 años cuando volvió a pintar con pasión y, poco después, viajó a Florencia para perfeccionar su técnica en una prestigiosa escuela de arte. Desde entonces, la pintura se ha convertido en su mayor fuente de satisfacción, solo comparable con el tiempo que comparte con sus tres nietos.

Llegó después una de sus marcas de identidad, las Leonas. Y así lo explica: “A veces, el arte no solo nace del lienzo, sino también del instante, del espacio que lo acoge y de la mirada que lo descubre. La Leona Rosa fue la primera que pinté para mí. Hasta entonces, todas mis leonas habían sido creadas para otros, pero esta esta tenía que quedarse conmigo».

Sin un lugar decidido, la dejó descansar sobre un sillón de su habitación. No imaginó que allí encontraría su verdadero propósito. Su nieta Mercedes sugirió tomarle una foto. Y al ver la imagen, entendió que «no era solo un cuadro apoyado en un sillón, era una historia esperando ser contada».

Llegaron así sus siguientes Leonas (Rosa, Azul, Dorada y Naranja). «No solo como pintura, sino como símbolo. Un reflejo de mi propio camino, de lo que el arte significa cuando lo hacemos nuestro. Como una guardiana silenciosa, la Leona Rosa marcó el inicio de algo más grande: El reconocimiento de que algunas obras no están destinadas a irse, sino a quedarse y recordarnos quiénes somos”.

Porque así son las leonas: fuertes, cazadoras, empoderadas y libres. Un icono del femenismo que esta artista muestra al mundo con toda determinación y esa pasión que nunca la abandonó.

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