En 2010, la cineasta Kathryn Bigelow dio la campanada en los Premios Oscar de Hollywood cuando su largometraje, «En tierra hostil», arrebató los principales premios a «Avatar», de James Cameron.
El dato más cacareado entonces fue que la cineasta es, curiosamente, expareja del director. Pero, pese que Bigelow ya contaba con una trayectoria de películas más o menos exitosas, fue la primera secuencia de esa película, con Jeremy Renner como un artificiero intentando desactivar una bomba en Irak, la que dejó claro que esta directora había encontrado acomodo y profesionalidad en un nuevo género cinematográfico: el thriller bélico de tensión máxima que no lo enseña todo, sino que lo narra.

La directora lleva desde entonces dándole fuerte a esta nueva narrativa cinematográfica. Dos años después de su triunfo en los Oscar, rodó la magistral «La noche más oscura», donde Jessica Chastain encarna a una agente especial encargada de dirigir el operativo de los marines que acabó con la vida de Osama Bin Laden, el hombre más buscado de la historia, mediante la incursión en su residendia de Pakistán.
La película recreó los hechos reales de la operación, mostrando solo lo absolutamente necesario. La directora apostó por centrar toda la tensión en el rostro de su protagonista femenina, en su perseverencia y tesón, pero tampoco obvió que para llegar a ese objetivo se produjeron numerosas torturas a presos afganos.
Ahí es donde brilla su cine, en los matices, en los grises. En que no termina de haber buenos y malos, sino solo hechos, acción tensa, y mucha lucidez.
Su marca de la casa quedó también patente en «Detroit». En esta ocasión viajó a 1967 cuando graves disturbios raciales sacudieron esta ciudad estadounidense tras una redada de la policía en un bar nocturno sin licencia.

Ese operativo acabó convirtiéndose en una de las revueltas civiles más violentas de los Estados Unidos. Los incidentes más graves ocurrieron en el motel Algiers, cuando miembros de la policía y la Guardia Nacional acudieron ante unos disparos de un arma de fogueo. Y Bigelow centró en ella buena parte de la historia.
Ahora, su última película ha dejado asombrada a buena parte de la crítica. «Una casa llena de dinamita» es un ejercicio único de lenguaje cinematrogáfico. Una parábola que muchos han enmarcado en futurista, pero que no es más que el reflejo de nuestro tiempo.
Es su película más explosiva sin que en ella aparezca ni una sola explosión. Solo sabemos que un misil no identificado es lanzado desde el océano Pacífico en dirección a Estados Unidos. La Casa Blanca comienza así una carrera contrarreloj para determinar quién es el responsable y cómo actuar en respuesta.

En esta ocasión, Bigelow apuesta por desmontar la estructura de la película para mostrarnos un mismo intervalo de 20 minutos desde diferentes perspectivas, desde todas las áreas involucradas: la base militar de Alaska donde se detecta el misil, los entresijos de la sala donde se gestionan la crisis nucleares, el protocolo ante un posible holocausto nuclear y un presidente ante una decisión imposible.
Con este último largometraje, la directora se muestra más lúcida que nunca. Su final es magistral, su mensaje es certero y su forma de narrar la tensión es tan acuciante que apenas da respiro. Esperamos que la dinamita cinematográfica de esta gran cineasta siga dando que hablar en el futuro, siga detonando la conciencia global y sorprendiendo con su mensaje tan claro como aterrador.


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