Cuando en 1982 la escritora Isabel Allende debutó en el mundo literario con «La casa de los espíritus», consiguiendo con su primera novela un éxito mundial, no imaginaba que estaba iniciando el camino de una antología, «involuntaria» la llamó ella, de mujeres que brillarían por su fuerza emocional y liberadora en las décadas posteriores.
Al universo de Clara del Valle, la clarividente de esta primera novela, la sufrida y maravilosa esposa del terrateniente Esteban Trueba, y uno de sus personajes más queridos por introducir a la mujer en ese realismo mágico hispanoamericana que hasta entonces había sido potestad de los escritores varones, se unieron después otras heroínas que hicieron cada vez más grande ese universo.
En «La casa de los espíritus», Clara, su hija Blanca y su nieta Alba fueron la primera tríada de mujeres que rompieron con los roles de género. La primera por sus poderes sobrenaturales, su bondad y su tesón, y las segundas por su simpatía con las ideas revolucionarias y el amor libre en una sociedad, la de Chile durante el siglo XX, que se vio convulsionada por la guerra y el golpe de estado que sumió al país en la dictadura militar de Pinochet.

El padre de Isabel Allende fue primo hermano de Salvador Allende, presidente chileno cuya muerte en el Palacio de la Moneda tras el mencionado golpe de estado militar de 1973 suscitó durante años una encarnizada polémica que finalmente culminó con la constatación de que se suicidió.
La escritora recogió en su primera novela todas las décadas anteriores a esos hechos, con una cruda traca final de torturas y asesinatos que no dio respiro para las protagonistas de su historia, con el autoritario Esteban Trueba redimido por el poder de las mujeres de su vida.
Pero algo se quedó sin ser escrito al culminar esa novela. Seis años después, en 1998, la autora publicó «Hija de la fortuna» y la sorpresa de sus lectores en todo el mundo fue mayúscula. Viaja de nuevo a Chile, pero en esta ocasión a 1843, para contarnos los orígenes, educación y proceso de maduración de la joven protagonista, Eliza Sommers. Con ella comienza una aventura hacia California, de la mano de la fiebre del oro y de la búsqueda de imposibles, en la que aparece por primera vez el nombre de Paulina del Valle.

Es esta última, abuela paterna de Clara del Valle, uno de sus personajes más impresionantes. Procedente de una rica familia, renuncia a todo para casarse con su primer marido, y su visión de los negocios marítimos entre Valparaíso, en Chile, y San Francisco, en la recién independizada California, la convierten en una de las mujeres mas respetadas de la alta sociedad.
Altiva, generosa, tozuda, rencorosa, provocadora, tierna, pero sobre todo, libre, Paulina brilla con fuerza en cada pasaje de esta segunda novela. Y eso sin ser la protagonista de la historia, que recae en los hombris de la sufrida Eliza, otra voz femenina que enlaza el relato de «Hija de la fortuna» con la cultura oriental y la fundación del barrio de Chinatown en San Francisco.
La «trilogía involuntaria» culminó, en principio, cuando se publicó «Retrato en sepia» en el año 2000. Es aquí donde Paulina del Valle brilla con toda su intensidad, vista por su nieta Aurora del Valle, hija de Eliza Sommers, quien narra de manera autobiográfica el descubrimiento de su identidad y sus orígenes chinos, entre las guerras del Pacífico y la contienda civil de Chile a finales del siglo XIX.

Aurora es la pluma volátil, retraída y asustada de esta tercera entrega. Unos trazos que poco a poco van descubriendo los misteriores de su nacimiento, las leyendas desdibujadas, las pesadillas sin explicación y un final apoteósico en la que ella y su abuela Paulina consiguen generar uno de los dúos protagonistas más brillantes de la literatura hispanoamericana.
Especial mención merece la aparición en «Retrato en sepia» de Nívea del Valle, nuera de Paulina y madre de Clara del Valle. Sufragista acérrima, madre de 12 hijos, culta, moderna: una leona que le disputa a su suegra el papel de matriarca de una extensa familia de mujeres enamoradas pero no sometidas a los dictados de ningún hombre.
Todo parecía indicar que con esta novela culminaba esa trilogía. Pero un cuarto de siglo después, este año, Isabel Allende sorprendió con un nuevo libro: «Mi nombre es Emilia del Valle». Solo la mención del apellido en el título despertó la expectación en medio mundo. Isabel Allende volvía a echar la vista atrás para contarnos la historia de una mujer a la que se menciona, muy brevemente, en «Retrato en sepia».

Este último libro se adentra así en la hija bastarda de Gonzalo Andrés del Valle, sobrino de Paulina. Emilia nace en San Francisco, hija de la irlandensa Molly Walsh, una monja que se ve obligada a dejar los hábitos para ser madre. Emilia se cría a la sombra de una madre resentida y de un padrasto, su «Papo», que la educa en la libertad y la aventura.
Su trabajo como periodista, algo inconcebible para una mujer en esa época, la lleva a adentrarse de lleno en la guerra civil chilena del siglo XIX, donde vive los horrores de la sangrienta contienda, al tiempo que descubre sus orígenes en ese país. Otro nuevo viaje de aprendizaje, libertad y aventuras que guarda una inmensa sorpresa final en el corazón del sur inhóspito de Chile.
¿Cierra la historia de Emilia la geneaología de las mujeres Del Valle? No lo sabemos. Ni siquiera lo sabe Isabel Allende. Lo que queda claro es que la escritora ha dejado para la posteridad un legado feminista único. Regado de su propio dolor, felicidad y contrastes emocionales, estas mujeres son ya parte del imaginario colectivo. Un clan familiar donde brillan con la fuerza de su libertad por los siglos de los siglos.

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